Los océanos cubren aproximadamente el 50% de la superficie del planeta y sostienen una extraordinaria biodiversidad. Producen además la mitad del oxígeno que respiramos y son los grandes reguladores del clima del mundo. Pero a pesar de todos los beneficios que nos aportan, no siempre tienen el reconocimiento que merecen.
Miremos lo que sucede en nuestro país: considerando que la zona económica exclusiva se extiende hasta las 200 millas marinas, más allá de las costas de las áreas continentales, nuestro país ejerce soberanía sobre un espacio marítimo de aproximadamente 4,8 millones de km2. Debemos sumarle la extensión del límite exterior de la plataforma continental, que nos otorga derechos de soberanía sobre los recursos del lecho y subsuelo en más de 1,7 millones de km2 de plataforma continental argentina, más allá de las 200 millas marinas. Eso nos permite concluir que nuestro territorio marino posee una relación de tres a uno con la superficie terrestre de nuestro país, y que a pesar de que la superficie marina posee mayor extensión solemos desconocer su valor. Sólo en la plataforma continental del mar argentino se han identificado 400 especies de peces, 55 especies de tiburones, 930 especies de moluscos, 83 especies de aves marinas, 47 especies de mamíferos marinos, 5 especies de tortugas y más de un millar de otras especies.
La riqueza marina de nuestro país tiene un alto impacto en la economía y principalmente proviene del sector de la pesca, el turismo y la explotación de hidrocarburos. Sin embargo esta importancia económica no ha sido suficiente para evitar la degradación ambiental y sostener de manera saludable la productividad de los recursos que nos provee el mar argentino. Algunos ejemplos resultan impactantes: en Argentina, sólo en el año 2017, se arrojaron al mar sin vida 110 mil toneladas de merluza en buen estado, lo que implica el 40% de la captura máxima permisible para ese año. Por otro lado, la basura generada por la industria pesquera y la que llega a los mares y océanos por la mala gestión de la terrestre, se incrementa año tras año, con estimaciones a nivel global que indican que ocho millones de toneladas de basura plástica terminan en los océanos cada año – el equivalente a que un camión de basura vuelque una carga completa de plásticos por minuto al océano. Existe también la contaminación orgánica proveniente de desagües cloacales y la química del vertido de desechos industriales, que no está cuantificada ni monitoreada, pero que nada indica que su impacto sea menor. Y por si esto fuera poco, el cambio climático global afecta las corrientes marinas, su temperatura, las características químicas del agua y la estructura de la red alimentaria propia de los océanos, incrementando el efecto negativo de la degradación que ya de por sí padecen.
El diagnóstico es contundente: día a día vamos perdiendo los bienes comunes que ofrecen los océanos, y lo hacemos al ritmo que perdemos la posibilidad de alcanzar un real desarrollo socioeconómico global y local. El modelo productivo y comercial actual captura los beneficios y deja los pasivos ambientales generados por prácticas productivas dañinas, acompañado por la mala gestión y la deficiente administración. Afortunadamente existen iniciativas que nos permiten apostar a que es posible ajustar las velas para lograr un cambio de paradigma, como la Iniciativa Pampa Azul coordinada por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación que busca avanzar en la investigación, desarrollo e innovación para contribuir a la soberanía y seguridad nacional, y al desarrollo social, económico y ambientalmente sostenible. A su vez, en la última década nuestro país ha avanzado en la conservación de ambientes de nuestros espacios marítimos, incrementado su protección al incorporar áreas marinas protegidas más allá de las 12 millas del mar territorial. La creación de las áreas marinas protegidas en lo que se denomina Zona Económica Exclusiva y el Sistema Nacional de Áreas Marinas Protegidas que las contiene, ha permitido incrementar la superficie marina protegida de 3,5 a 16 millones de hectáreas. Sin dudas buenos indicios, que nos recuerdan que sigue siendo prioritario incrementar aún más la superficie protegida, a la vez de concretar y aumentar la protección efectiva de manejo de las áreas ya creadas.
En los pasillos del Congreso de la Nación transitan proyectos de ley sumamente interesantes que apuntan a la trazabilidad de la pesca. Una ley de trazabilidad de la pesca implica la recopilación e integración de información clave del recurso desde el barco hasta el consumidor final, identificando la embarcación, su procesamiento y la comercialización. Esto es un paso clave en el camino de transparentar la información, al hacerlo se facilita el acceso a mercados y a mejoras en las prácticas, procurando la sostenibilidad y el manejo de los recursos pesqueros. Para para que esto se haga realidad es primordial que las comisiones de Intereses Marítimos, Fluviales, Pesqueros y Portuarios y de Presupuesto y Hacienda de la cámara de Diputados avancen en su tratamiento, a lo que aspiramos.
Este Día Mundial de los Océanos es una gran oportunidad para que argentinos y argentinas repensemos nuestro vínculo con el mar, recordemos el rol vital que tiene para nuestra vida cotidiana y dejemos de darle la espalda para ponerle el hombro. Si empezamos a vivir de cara a él y actuamos colectivamente, seremos capaces de encarar el cambio transformador necesario para aprovecharlo de manera sostenible, recuperar parte de la biodiversidad perdida y conservar a su vez su riqueza y vida marina, para nosotros y para las generaciones futuras.
Artículo de opinión publicado por la Fundación Vida Silvestre.